Tras una conversación con compañeros coaches sobre el perfil altruista de aquellos que nos dedicamos a esta profesión, me surgió la incógnita, del tipo de dudas que me suelen surgir, de si el altruismo tenía una base biológica.
¿Por qué nos produce una emoción negativa ver sufrir a alguien?
Para empezar, el comportamiento altruista no encajaría dentro de la Teoría de la Evolución de Darwin, en la que la evolución se basa en la supervivencia de las especies. Ya que un individuo que arriesga su vida por salvar a otros, pone en riesgo la capacidad de reproducirse y por tanto contradice la idea de la lucha por supervivencia y la perpetuación de la especie.
William Donald Hamilton, en 1964, y el biólogo Robert Trivers, posteriormente, aclararon esta contradicción. Podemos conseguir pasar nuestros genes a la siguiente generación sin reproducirnos, pero si ayudando a los que comparten genes con nosotros, es decir a parientes o incluso ayudando a aquellos que puedan devolver el favor a sus parientes en el futuro.
Consiguiendo así aumentar las posibilidades de propagación genética. Esto de alguna manera explicaría por qué tendemos más a ayudar a los que son más semejantes a nosotros.
En este comportamiento entraría en juego una emoción, la empatía, que se puede encontrar ya en recién nacidos, lo que hace pensar que el hombre ya nace predispuesto a experimentar la empatía. Todo esto le confiere al ser humano un carácter, por naturaleza y por defecto, empático y altruista. Qué buena noticia.
Que el coaching no es una moda que aparecerá y desaparecerá como los pantalones pitillo y las faldas de tablas, es algo que ya se ha asimilado. Ahora, ha llegado el momento de seguir avanzando y construir unas bases fuertes para un futuro prometedor, y ahí interviene la neurociencia.
Sin tener en cuenta la aportación de Sócrates, hace miles de años en la antigua Grecia, podemos considerar que el coaching moderno ha cumplido más de 30 años, superando con creces la mayoría de edad. Llegar a la edad adulta implica la responsabilidad de tomar el camino que te puede llevar al éxito y responsabilizarse de ello. El éxito ya está, pero hay que mantenerlo.
La psicología, cuyas raíces se localizan en períodos muy antiguos en la historia del hombre, no empezó a ser reconocida como disciplina científica distinguible de la filosofía hasta finales del siglo XIX. Fue entonces cuando se comenzó a adoptar métodos específicos para estudiar el conocimiento del comportamiento humano, lo que hoy se conoce como psicología científica, gracias al alemán Wilhelm Wundt (1832-1920). Este profesor de medicina y fisiología de la Universidad de Leipzig fundó el primer Instituto de Psicología en el mundo, y el primer laboratorio científico de psicología, en 1879.
Este posicionamiento de la psicología fue gracias a que comenzó a nutrirse de ciencias cómo la biología, concretamente la neurociencia, las matemáticas, la física y la química, confiriéndole ese carácter científico que la consolido como ciencia en sí. Hasta el punto que, hoy en día, es la propia psicología la que puede nutrir ciencias cómo la biología para responder algunas incógnitas.
El coaching debe hacer lo mismo, y de hecho ya ha comenzado a ello introduciendo los conocimientos que puede aportar la neurociencia. Es importante que se posicione como disciplina, con una base biológica que la sustente y le aporte credibilidad.
Para evitar seguir escuchando: “yo no creo en el coaching”. Porque no es una cuestión de creer o no creer.
¿Habéis escuchado alguna vez: “yo no creo en la psicología”?, en todo caso podemos oír: “yo no necesito un psicólogo”, pero nadie se plantea la psicología como una cuestión de fe.
Los que vivimos el coaching sabemos lo que puede hacer y lo podemos explicar. Ha llegado el momento de que la ciencia también pueda explicarlo, porque de hecho, puede hacerlo.
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